sábado, 16 de abril de 2011

Algo de doutrina: Gilbert Rist

El desarrollo: historia de una creencia occidental, es el medio elegido por Rist para efectuar sus aportaciones a la temática del desarrollo en los países clasificados como subdesarrollados, integrantes del tercer mundo, países del sur, todo ello dependiendo del momento histórico que se recoja para el análisis.

La portada del libro ya es todo un juicio de intenciones, se trata de un ser humano sentado sobre el monitor de una televisión en clara posición de reflexión. La pantalla, por su parte, tiene en el centro un gran signo de admiración. Por su parte, la sistemática del libro es clara, se parte de las diferentes definiciones del concepto desarrollo para luego, a través del resto de los capítulos, hacer un análisis de las distintas etapas históricas hasta el momento actual (2002). Por último se dedica un capitulo a las conclusiones del autor.

En lo referente al concepto de desarrollo, se denota en Rist un claro pesimismo sobre la efectividad práctica de las políticas de desarrollo como medio para conseguir una mejora en la situación vital de las personas menos favorecidas de la sociedad mundial. Incluso en ocasiones se transmite la sensación de que en realidad es más un freno que una verdadera ayuda para los sujetos, pueblos y las culturas receptoras.

Ya entrando en el análisis histórico que Rist realiza del desarrollo, todas las etapas aparecen estudiadas de una manera similar. Se parte de un análisis de la iniciativa que la origina, normalmente una declaración política, pensemos en la conferencia de Bandung, para realizar a renglón seguido una fiscalización de las acciones promovidas, tanto desde un punto de vista subjetivo, las motivaciones de los sujetos emisores de desarrollo y de los receptores, como desde un punto de vista objetivo, las acciones que se implementan o se pretendían implementar. Hay en todo el texto una intención de asignar las culpas del fracaso, según Rist, de las políticas sobre desarrollo llevados a efecto hasta el momento.

Desde el punto de vista subjetivo, es clara la alusión a ciertos gobernantes como causantes de un retroceso en la ayuda al desarrollo, así por ejemplo en la figura de Reagan, y de sus medidas ultraliberalizadoras que crearon una nueva manera de entender la sostenibilidad de las cuentas públicas. Época que viene definida con el esclarecedor titular de “la década perdida”.

Desde el punto de vista objetivo, se ponen en entredicho los distintos modelos implementados, algunos de ellos completamente contradictorios. Pensemos en la Declaración de Arusha y la puesta en marcha en Tanzania del self-reliance, que venia a defender más autonomía para los pueblos y menos comercio internacional. Posteriormente se instaura el Collective self-reliance, a través de la Carta de los derechos económicos de los estados, en el que se defiende una autonomía colectiva que lleva a un impulso del comercio internacional.

Personalmente creo que es en el análisis de las causas objetivas del fracaso de las políticas del desarrollo donde el libro de Rist cojea más. Todo ello deriva del escaso acogimiento que tiene por parte de Rist del fenómeno de la deuda pública. De cómo se utilizó y se utiliza, este mecanismo financiero, por parte de los países desarrollados como medio para generar dependencias a los países en vía de desarrollo, generándose en los presupuestos de los mismos un porcentaje altísimo dedicado al pago de la deuda soberana, que llega en algunos casos al 50 % del presupuesto del Estado. Financiación recibida, que en la mayoría de los casos también, no fue ni es dedicada a actividades que se podrían calificar como productivas para la colectividad.

Por otra parte, el tratamiento de las diferentes teorías está lleno de errores y omisiones, singularmente en los capítulos sexto y séptimo, tal y como se puso en evidencia en la primera sesión del club de lectura, organizado por el CEDEC, por Alfredo Macias.

Otra idea importante que Rist intenta transmitir es el del efecto negativo que la cooperación al desarrollo provoca en la cultura oriunda de los distintos pueblos. Aquí nuevamente me muestro beligerante, no porque efectivamente haya supuestos palpables en que ello sea una realidad, que sin duda los hay, sino por la generalización en que se formula, por la manera en que es tratado el problema. En ocasiones el lector tiene la impresión que, en aras a la imposición de un determinado sistema económico o moral, lo que se llevaron y se llevan a cabo son acciones culturicidas por parte de los países desarrollados. Tampoco se debe perder de vista la dificultad que entraña el juicio sobre que acción o inacción se puede entender como lesiva para una determinada cultura, no es posible esa ponderación en la inmensa mayoría de los supuestos ya que ese hipotético juicio esta ligado inseparablemente del criterio subjetivo. Pensemos por ejemplo en Sri Lanka, uno de los trece países donde actualmente el PNUD esta operando, y mediante una acción de cooperación se intenta construir una escuela de hostelería, con el objeto de intentar potenciar el sector terciario de su economía. ¿Qué ocurriría si se prima el acceso a la escuela a las niñas para luchar contra la desigualdad de genero?, ¿sería un atentado contra la idiosincrasia del pueblo srilankes?, ¿se vería mermada la etnografia del pais?.

Para terminar, y a modo de conclusión, en su libro El desarrollo: historia de una creencia occidental, Gilbert Rist sostiene que el desarrollo es un mito creado por el capitalismo y concluye que en el curso de las últimas décadas todas las medidas que se han tomado en nombre del desarrollo han conducido a la expropiación material y cultural. Afirma que su fracaso ha sido de tal calibre que es inútil perseverar en esta vía, dado que los resultados serán el crecimiento de la pobreza y la desigualdad. En consecuencia, para Rist la tarea principal consiste en “devolver la autonomía política, económica y social a las sociedades marginadas”. En este último punto no le falta razón a Rist, ya que sin autonomía financiera es imposible que haya una verdadera autonomía política, otra cosa distinta es que para su consecución se deba prescindir de los actores del mundo mas avanzado que de buena voluntad intenten ayudar a los pueblos y a las gentes menos favorecidas.

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